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Las opiniones de Stephen Hawking analizadas por la iglesia católica

No sorprende que un científico ateo niegue la Creación.

Madrid (España), 10 Set. 10 (AICA)



Stephen Hawking, uno de los pocos científicos vivos que se declaran ateos, reabrió un debate que parecía rebasado por la lógica, la razón y la propia ciencia, al afirmar sin rubor alguno que “Dios no creó el Universo” y que, por lo tanto, el mundo que conocemos surgió de la nada de manera espontánea, sin necesidad de que “nadie” lo creara.

De esta manera, acaso sin pretenderlo, Hawking se convirtió en el mayor “descubridor” de la Historia.
Así se expresa una nota editorial publicada por el boletín “Análisis Digital” de la Fundación García Morente, cuyo presidente es el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela.

Por supuesto, continúa la nota, el “hallazgo” no ofrece materia alguna de polémica pues nada más natural que un científico que nunca tuvo la menor inquietud espiritual ni se interrogó sobre el sentido de la vida, tan solo crea en el “cientificismo”, esa corriente filosófica moderna que niega la posibilidad de un sentido último y global y que no admite como válidas otras formas del conocimiento que no sean las propias de las ciencias positivas.

Esta corriente, como ya denunció Juan Pablo II en su encíclica “Fe y Razón”, relega a la mera imaginación del hombre tanto el conocimiento religioso como teológico y filosófico.

Es bien sabido que la crítica tanto científica como filosófica ha desacreditado esta corriente de pensamiento aunque resurja de cuando en cuando, como ahora con el “descubrimiento” de un reconocido ateo al que no debiera importarle mucho si Dios creó o no creó el Universo.

No obstante, si hasta ahora no había llegado a esa conclusión, la simple duda le debería haber llevado a pensar que antes del “big bang” había “algo” más que la pura nada, es decir, el Creador.

Pero, en fin, el cientificismo tiene esas carencias ya que su objetivo es relegar a meros “productos de la emotividad” humana, como decía Juan Pablo II, la fe, la filosofía, la teología y el propio sentido de la vida y las cosas.

El llorado Papa recordaba a este propósito que la ciencia “se prepara para dominar todos los aspectos de la existencia humana a través del progreso tecnológico” de acuerdo con una mentalidad “cientificista” que parece no encontrar límites, lo que, paradójicamente, conduce a un empobrecimiento de la reflexión humana al despreciar hasta la reflexión ética y considerar que “todo lo que es técnicamente realizable es moralmente admisible”. En todo caso, no puede olvidarse que la inmensa mayoría de los científicos a lo largo de la historia, incluidos los tiempos modernos, han sido creyentes.

Los científicos y Dios

A este respecto la nota de “Análisis Digital” recoge algunas frases célebres de destacados científicos sobre su creencia en Dios: Son las siguientes:

Albert Einstein: “A todo investigador profundo de la naturaleza no puede menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le es imposible concebir que haya sido él el primero en haber visto las relaciones delicadísimas que contempla. A través del universo incomprensible se manifiesta una Inteligencia superior infinita”.

Charles Darwin: “Jamás he negado la existencia de Dios. Pienso que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia de Dios, me parece, es la imposibilidad de demostrar y comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre, hayan sido frutos del azar”.



Nicolás Copérnico: “¿Quién, que vive en íntimo contacto con el orden más consumado y la sabiduría divina, no se sentirá estimulado a las aspiraciones más sublimes? ¿Quién no adorará al Arquitecto de todas estas cosas?”.




Thomas Alva Edison: “Mi máximo respeto y mi máxima admiración a todos los ingenieros, especialmente al mayor de todos ellos, que es Dios”.



Hathaway: (padre del cerebro electrónico) “La moderna física me enseña que la naturaleza no es capaz de ordenarse a sí misma. El universo supone una enorme masa de orden. Por eso requiere una Causa Primera, grande, que no está sometida a la segunda ley de la transformación de la energía y que, por ello, es sobrenatural”.

Wernher Von Braun: “Por encima de todo está la gloria de Dios, que creó el gran universo, que el hombre y la ciencia van escudriñando e investigando día tras día en profunda adoración”.






Andre Marie Ampere: “¡Cuán grande es Dios, y nuestra ciencia, una pequeñez!”.





Isaac Newton: “Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos, un inmenso océano. La admirable disposición y armonía del universo no ha podido salir sino del plan de un Ser omnisciente y omnipotente”.


Karl Friedrich Gauss: “Cuando suene nuestra última hora, será grande e inefable nuestro gozo al ver a Quien en todo nuestro quehacer sólo hemos podido columbrar”.




Guillermo Marconi: “Lo declaro con orgullo: soy creyente. Creo en el poder de la oración y creo no sólo como católico, sino como científico”.




Carlos Linneo: “He visto pasar de cerca al Dios eterno, infinito, omnisciente y omnipotente, y me he postrado de hinojos en adoración”.






Erwin Schrödinger: (premio Nobel de Física, creador de la Mecánica Ondulatoria) “La obra maestra más fina es la hecha por Dios según los principios de la mecánica cuántica”.




K. L. Schleich: (célebre cirujano, descubridor de la anestesia local) “Me hice creyente por el microscopio y la observación de la naturaleza, y quiero, en cuanto esté a mi alcance, contribuir a la plena concordia entre la ciencia y la religión”.



Johannes Kepler: “Si Dios es grande, grande es su poder, grande su sabiduría. Alábenlo, cielos y tierra. ¡Mi Señor y mi Creador! La magnificencia de tus obras quisiera yo anunciarla a los hombres en la medida en que mi limitada inteligencia puede comprenderla”.

 

Sir Fred Hoyle: (gran astrónomo y matemático) “El universo de las galaxias se dilata, y se crea continuamente en el espacio nueva materia para mantener constante la densidad media del universo, y esto exige la existencia de un Creador”.




Arthur Stanley Eddington: (astrónomo y matemático inglés) “Ninguno de los inventores del ateísmo fue naturalista, sino filósofos mediocres. El origen del universo presenta dificultades insuperables, a no ser que lo consideremos sobrenatural”.




Justus barón Von Liebig: (químico y fisiólogo alemán) “La grandeza e infinita sabiduría del Creador la reconocerá realmente sólo el que se esfuerce por extraer sus ideas del gran libro que llamamos naturaleza”.




E. Whittaker: (investigador y catedrático de la Universidad de Edimburgo) “Cuando se investiga profundamente sobre el origen del universo, no hay más opción que convertirse al catolicismo”.+


Fuente: iesvs.org
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El Señor de los Milagros de Buga

Antigua tradición narrada por el Franciscano Fray Francisco G. Rodríguez,
en la novena que publicó en 1819.


"Allá por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en el valle del Cauca, Colombia. El río de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito".
 
Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a llevar su dinero al señor Cura párroco para que le consiguiera la imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos. La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada por un pensamiento caritativo se propuso dejar para más tarde el conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.


Unos días después, la anciana estaba lavando ropa en el río, cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La feliz lavandera, llena de gozo y perfectamente tranquila en su conciencia, respecto a su posesión, se dirigió a su choza e improvisó allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo que le había llegado de manera tan misteriosa, guardándolo cuidadosamente en una cajita de madera.


Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde guardaba la imagen y averiguando lo que pasaba se llevó una gran sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita habían crecido notablemente, pero se imaginó que eso sería ilusión de sus ojos ya muy debilitados por la edad. Pero pocos días después advirtió que la imagen tenía ya ceca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro les avisó al Sr. Cura Párroco y a los señores más importantes del pueblo, los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, y que esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de conseguir por aquellos alrededores, y que ella no tenía ni dinero ni amistades para conseguir semejante imagen, y que por lo tanto la existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente y que tenía que ser un milagro.


Y resultó que la sagrada imagen se fue deformando porque los devotos le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia y porque todos la tocaban con sus manos sudorosas, y se fue poniendo tan fea que ya a los muy amigos del arte, más que devoción les causaba repulsión. Entonces un visitador especial llegado de Popayán mandó que la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario obedecer.


Pero lo maravilloso fue que la imagen al ser echada a las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y obtener curaciones. Este milagro fue comprobado y atestiguado con la gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes, y se le fue lo que anteriormente tenía de desagradable.


La señora Luisa Sánchez que vivió en aquellos tiempos declaró con juramento: "El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros". (Firmado y apoyado con juramento).


Sigue diciendo la crónica de 1819. "Después de estos sucesos extraordinarios el ranchito de la anciana se convirtió en sitio de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el nombre con el cual se le conoce desde hace siglos: El Señor de los Milagros".


Después de muerta la ancianita se pensó cual era el mejor lugar para colocar el Cristo. Su ranchito quedaba frente a las aguas y he aquí que el río creció muchísimo y cambió de cauce y se desvió hacia el sur, desde unas tres cuadras más arriba del punto de la aparición, y dejó así el sitio libre para construirle el templo al Santo Cristo, templo que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba la ermita.

Apenas se fueron difundiendo las noticias de los maravillosos milagros que se conseguían junto al Cristo de Buga se desató una corriente de peregrinaciones y devociones (recordemos que quién hace los milagros no es la imagen que es de madera o yeso, y que no puede hacerle milagros a nadie. El que hace los milagros en Nuestro Señor Jesucristo cuya santísima Pasión y Muerte recordamos cuando veneramos la imagen del Santo Cristo).


En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos y se hizo una solemnísima traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo altar.


En 1937 el Papa Pío XII por medio de su secretario el Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía el título de Basílica.

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