Los psicólogos dicen que cuando se sienten perdidas las mujeres
suelen consultar a alguien que sepa pero los hombres demoran mucho más en
hacerlo para no sentirse disminuidos. La prisa me hizo actuar como una mujer.
Busqué un puesto de venta de periódicos y pregunté.
-
¿Westminster Abbey, por favor? – dije con
cierta seguridad, aparentando no desconocer demasiado el centro de Londres.
-
Por allá – respondió con amabilidad. Notó
rápidamente mi ignorancia sobre ese punto pues alguien que conoce al menos un
poquito de Londres no puede no saber dónde queda la Abadía más famosa del
mundo. – No es lejos. Siga Whitehall hasta la plaza del
Parlamento y desde allí la verá.
Era mucho más hermosa de lo que me había parecido a través de
las fotografías y del cine. Porque la belleza del antiguo edificio irradiaba
una serie de sensaciones que lo convertían en algo trascendental, algo que
enlazaba la materia terrenal con un plano superior, invisible pero presente.
Estaba yo frente a una construcción de principios del segundo
milenio, fundada por el rey Eduardo el Confesor en 1065. A partir de entonces
allí fueron coronados los monarcas ingleses, previo ubicarlos en la Coronation Chair.
Era estremecedor.
En su interior me encontré por primera vez con el hombre que
había causado que yo viajara tantos kilómetros. Con sus restos, por supuesto.
Charles Darwin. Uno de los más famosos británicos de la historia de ese reino
que tantos hombres y mujeres notables ha dado al mundo. Algunos lo han sido por
sus virtudes, otros por sus aspectos negativos, pero todos figuran en millones
de libros que ocupan miles de bibliotecas de todo el planeta.
¿Merecía realmente Darwin tanta fama? Ese era un punto que
también quería averiguar. Saludé mentalmente a Carlos y le prometí que trataría
de ser justo en mi evaluación, aunque comprendí que a él realmente mucho no le
importarían mis opiniones.
Salí de la Abadía
luego de recorrer rápidamente algunos de sus lugares más relevantes. Tenía poco
tiempo esta vez pero me prometí regresar en un futuro, no sabía si cercano o
lejano.
El próximo punto a visitar debería ser South Kensington, en el
extremo sudoeste del área central de la ciudad. Pero tenía antes que estar
junto al Támesis por primera vez, por lo que tomé rumbo al este, me acerqué a
los Victoria Tower Gardens y le brindé mi primera mirada de admiración.
Quería acercarme más. Tuve que caminar hacia el sur por Millbank
hasta el puente Lambeth. Desde el sector occidental de Londres pude ver la
ribera oriental frente a mí. A mi izquierda el puente Westminster y a mi
derecha el puente Vauxhall.
Puentes por todas partes se me iban apareciendo esa mañana.
¿Cuál sería el que yo buscaba? ¿Qué hallaría en él?
No suponía ni remotamente que ese puente aún desconocido era
pequeño, muy pequeño, apenas un juguete comparado con los que estaba viendo en
esos momentos.
De la costa del Río de la Plata a las márgenes del Támesis. Mis guías demostraban que parecían saber cómo lograr que su investigador patrocinado (yo) diera cada nuevo paso hacia algún nuevo hallazgo.
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¿Creacionismo, evolucionismo o qué? ¿Cómo llegó el hombre al planeta Tierra? ¿Podría yo intentar escribir un nuevo Génesis para una Biblia "siglo XXI"?
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Prof. Daniel Aníbal Galatro
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