-Usted se ha distinguido siempre por una defensa firme de los valores cristianos frente a las leyes laicistas que han impuesto la EpC, el matrimonio homosexual, etc. ¿Diría usted, como defienden algunos, que existe una influencia masónica en el Gobierno de Rodríguez Zapatero?
-Yo no estoy en contra de ningún Gobierno: ni de éste, ni del anterior, ni del siguiente. Pero yo tengo la obligación, y es mi deber de caridad como servicio a los hombres y a la sociedad, enseñar lo que dice la Iglesia. Y lo que dice la Iglesia es un sí al hombre, sí a la educación, sí a la vida, sí a la libertad, sí al matrimonio, sí a la familia. Yo no me pronuncio en contra de nada, y menos de ningún Gobierno. Yo soy de los que acatará siempre con todo respeto y fidelidad al Gobierno. Pero eso no me quita que, por caridad política, como dice el Papa en «Deus charitas est», yo tenga que decir que los derechos humanos no se respetan cuando no se respetan. Y tendré que reclamar con los padres cuando el derecho a la educación no se cumple enteramente. O tendré que pedir que el derecho a la vida se respete desde que el niño es concebido hasta que la persona muere por muerte natural. De mí se ha dicho que soy el obispo que está más en contra del Gobierno de Zapatero. Eso es completamente falso. Pero, insisto: yo proclamo y defiendo lo que la Iglesia dice. No le impongo a nadie, sino que propongo, y reclamo que, cuando haya en juego cuestiones fundamentales, los ciudadanos espabilen.
-De acuerdo, pero, ¿existe entonces el tinte masón?
-Se ha escrito muchísimo sobre ese tema y, efectivamente, hay toda una serie de signos que son innegables y que están en la cultura mundial, no sólo en este Gobierno. Existen valores de raíz cristiana que han sido desprovistos de su significado original y se exponen como eslóganes de un futuro de solidaridad, de tolerancia, de igualdad, de fraternidad, pero sin su sustrato cristiano. Así, tratan de ordenar la vida con esas palabras grandilocuentes pero al margen de Dios. ¿Eso es masónico? Pues ciertamente es masónico, lo cual no quiere decir que se pertenezca a una logia...
Tuve el honor de conocerlo hace unos años. El Padre Carlos Mancuso me impactó tanto que lo convertí en uno de los personajes de mi "Otro Génesis posible", sin identificarlo más de lo debido pero ubicándolo, como correspondía, en plena Plaza Moreno de La Plata, teniendo como fondo la Catedral.
Amigos católicos me hicieron llegar, como lo hacen cada día, informaciones diversas vinculadas con temas religiosos. Entre ellas me acercaron la reproducción de una nota hecha a Mancuso en estos momentos en que después de muchas décadas deja su actividad como expulsor de demonios.
Reproduzco aquí solamente algunos detalles de esa entrevista:
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Carlos Mancuso es el párroco del templo de San José, sobre la calle 6, y el cura autorizado por el obispado de La Plata para realizar el ritual más misterioso y estremecedor de la liturgia católica.
En la realidad, los exorcismos son mucho menos espectaculares que en la ficción. No hay levitaciones, telequinesis, multiplicidad de voces ni pronunciación de distintas lenguas. Al menos, el padre Mancuso, que lleva veinte años cumpliendo ese ritual redactado en 1614 y que tuvo leves enmiendas en 1984 bajo el papado de Juan Pablo II, asegura que jamás vio semejantes piruetas o clichés del folklore.
El sacerdote tiene orden de su obispo de no confraternizar ni entrar en diálogos.
El párroco de San José es uno de los más notables exorcistas de la Iglesia Católica argentina y no se trata de un sacerdote ramplón y ciego sino de un hombre intelectual y estudioso de la psiquiatría.
El exorcista y el poseso tienen algo en común: creen que Satanás existe y que puede invadir un cuerpo humano.
Para muchos miembros de la propia Iglesia el diablo es sólo una metáfora del mal. Una figura jamás corpórea ni parlante. Otros sectores tienen la seguridad plena de lo contrario. Se reconoce que Juan Pablo II realizó tres exorcismos y se recuerda que hace poco Benedicto XVI saludó a la Asociación de Exorcistas Italianos diciéndoles: "Ustedes ejercen un importante ministerio al servicio de la Iglesia".
Lo concreto es que, en la era de las computadoras y más allá de polémicas internas o externas, el exorcismo se sigue practicando discretamente en casi todo el mundo. Y Mancuso se ha convertido en un referente de esa praxis.
Lo llaman y escriben desde Estados Unidos y Europa, y lo invitan a realizar exorcismos en Centroamérica. Hace dos años tuvo que dar una conferencia en el Congreso Internacional de Psiquiatría, que se realizó en el Hotel Panamericano. El exorcista ha estudiado mucho esa materia, y los psiquiatras lo rodeaban pidiéndole que les relatara los casos más impresionantes.
Su principal trabajo consiste en dilucidar cuándo verdaderamente se trata de un hecho de posesión. En muchas ocasiones, descubre detrás de esos síntomas esquizofrenia, histeria o paranoia, y deriva a los pacientes hacia centros de salud mental. Muchas veces percibe que es simplemente trabajo para los médicos clínicos o para los neurólogos. Es que los exorcistas dividen los problemas en tres planos: el físico, el psíquico y el espiritual. Y sólo pueden intervenir cuando en los dos primeros no se ha encontrado la razón última del disturbio.
Atiende en su despacho, habitualmente cercado por libros antiguos. El primer caso de posesión que Carlos Mancuso vio de cerca ocurrió en los años 80 y la protagonista del evento resultó ser una catequista. El cura de su parroquia, cuando la cosa se volvió inmanejable y escuchó que ella misma aseveraba tener dentro una presencia maligna, fue a buscar a Mancuso. En aquel entonces, para practicar un exorcismo en la zona había que pedir permiso a monseñor Antonio Plaza.
Hoy el obispo Héctor Aguer le ha dado permiso especial a Mancuso para llevar a cabo esas ceremonias según su criterio: confía absolutamente en los razonamientos de su párroco. Plaza le dijo a Mancuso: "Háganlo pero con mucha prudencia, tal vez no se trate de una poseída sino de una enferma".
El crecimiento del ocultismo y la magia negra, la proliferación de sectas satánicas y las cofradías secretas, la multiplicación de hechiceros, curanderos y adivinadores, y la progresiva experimentación del espiritismo han sido el principal caldo de cultivo de los pacientes que el padre Mancuso ha venido atendiendo. La mayoría proviene de la provincia de Buenos Aires y de la Capital.
"No siempre podemos estar seguros de que no simulan la posesión -confiesa encogiéndose de hombros-. Pero si la persona se va de acá mejor, hemos hecho un bien, ¿no cree?"
El entrevistador cierra la nota con estas palabras:
Por cada hecho diurno hay un hecho nocturno. Hay una Biblia y una biblia negra, y un Cristo y un anticristo, un derecho y un revés, una diestra y una siniestra. Y un duelo entre los cultores del diablo y este gladiador de Dios.
Aún en mi incredulidad más absoluta, le digo que fue un honor conocerlo. Mancuso no puede con su genio y me recuerda una vieja sentencia católica: "Al infierno van aquellos que dicen que no existe el infierno".