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Tan pronto una persona es salva, inmediatamente debe contar a los demás lo que ha visto y entendido.
No debemos hablar de lo que no sabemos, ni tratemos de componer un largo discurso, simplemente demos nuestro testimonio.
Podemos decir, por ejemplo:
“Antes de creer en el Señor me sentía tan deprimido, pero ahora que he creído en Él, me he convertido en una persona feliz.
En el pasado, me esforzaba por conseguir muchas otras cosas, pero jamás estaba satisfecho. Ahora poseo una dulzura inexplicable dentro de mí.
Antes de creer en el Señor, no podía dormir bien, pero ahora duermo en paz. La ansiedad y la amargura me consumían, pero ahora, adondequiera que voy, me acompañan la paz y el gozo”.
Ciertamente ustedes tienen la capacidad de relatar su propia experiencia a los demás. No tienen que decirles aquello que no están en posición de predicar, ni hablar de aquello que no conocen. No hablen nada que vaya más allá de lo que conocen o que no corresponda a su condición actual, pues ello podría acarrear controversia. Simplemente preséntense como testigos vivos y los demás no tendrán nada que decir.
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