El culto de la Santísima Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Loreto (cuyo día es el 10 de Diciembre) está vinculado, según la antigua y viva tradición, a la casa de Nazareth, la casa en la que María habitó después de los desposorios con José; la casa de la Sagrada Familia, el hogar que con tanto cariño prepararía San José para recibir a Santa María.
Esta morada fue en primer lugar la casa de María, pues “toda casa es, ante todo, santuario de la madre. Y ella lo crea de modo especial con su maternidad”. Dios desea que los hijos de la familia humana, al venir al mundo, tengan un techo sobre su cabeza, que tengan una casa. Sin embargo, la casa de Nazareth, como sabemos, no fue el lugar del nacimiento del Hijo de María e Hijo de Dios.
Probablemente, todos los antepasados de Cristo, de los que habla la genealogía del Evangelio de hoy según San Mateo, venían al mundo bajo el techo de una casa. Esto no se le concedió a Él. Nació como un extraño en Belén, en un establo. Y no pudo volver a la casa de Nazareth, porque, obligado a huir desde Belén a Egipto por la crueldad de Herodes. Sólo después de morir el rey, José se atrevió a llevar a María con el Niño al hogar de Nazareth.
Y desde entonces en adelante, esa casa fue el lugar de la vida cotidiana, el lugar de la vida oculta del Mesías, la casa de la Sagrada Familia. Fue el primer templo, la primera iglesia en la que la Madre de Dios irradió su luz con su maternidad. La irradió con su luz, procedente del gran misterio de la Encarnación; del misterio de su Hijo.
Sus muros fueron testigos del amor entrañable de los miembros de la Sagrada Familia, del trabajo escondido de los seres que Dios más amó en el mundo. Esta morada, llena de luz y de amor, limpia, alegre, de servicio gustoso, es el modelo de todos los hogares cristianos.
Fuente: iesvs.org
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