Enviado por Julio Victorio Puzzillo
Autor: A. Terenzi
Fuente: Clarissa
18 agosto 2010
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En los últimos meses, el Estado hebreo está viviendo un hecho de gran importancia para su futuro: el pasado julio, en efecto, el diputado David Rotem le ha presentado al Knesset la versión final de una nueva "ley sobre la conversión” que ha levantado una encendida discusión en el mundo hebreo internacional, obligando al primer ministro Benjamín Netanyahu a congelar la propuesta hasta enero, nombrando mientras tanto una especie de comisión arbitral conducida por Natan Sharansky, el ex disidente soviético transformado en una personalidad de relieve del mundo político israelí, actualmente es jefe del Jewish Agency, la histórica agencia promovedora de la colonización sionista en Palestina.
La ley Rotam toca los fundamentos mismos de la identidad del Estado hebreo, puesto que invierte la cuestión de quien se pueda definir legítimamente judío: como se sabe, el Estado israelí lo ha definido desde 1950, con la así llamada Ley de la Vuelta, como "una persona nacida de madre judía o que se ha convertido al hebraísmo y que no sea miembro de otra religión". Es decir, una definición que deja abiertas solo dos vías, una atada a la transmisión de la línea materna de sangre y otra en cambio de carácter religioso.
Mientras el primer aspecto ha planteado la explícita acusación de racismo de parte de quién cree que es una discriminación en contraste con la Carta de los Derechos del hombre, la segunda plantea el problema de quien tenga que tener en Israel el poder de sancionar "la conversión" de una persona al Judaísmo.
Este último aspecto tiene una importante implicación de política interna, sobre todo a causa del imponente flujo migratorio de más de un millón de inmigrantes de Rusia, a quienes Israel abrió; las puertas en los años noventa, por la necesidad urgente de sustentar la propia y difícil situación demográfica, amenazada por las altas tasas de fertilidad de la población árabe-palestina, que determina un desequilibrio numérico que pone en serio riesgo el futuro mismo de Israel como Estado hebreo. Hoy más de 320.000 inmigrantes de origen ruso, incluso habiendo adquirido la ciudadanía israelí, no pueden casarse ni ser enterrados en Israel según los rituales del Judaísmo ortodoxo y sus hijos, chicos a menudo adolescentes son, según el mismo Rotem, una real "bomba de tiempo" social por la dificultad de integrarse culturalmente en la sociedad hebrea, alimentando fenómenos paradójicos como el del nacimiento en el país de círculos neo-nazistas.
Tradicionalmente en Israel la conversión se confiaba al así llamado “Jefe del Rabinato”, una especie de cumbre eclesiástica que reúne las máximas autoridades religiosas de las dos principales direcciones ortodoxas del Judaísmo, sefardita y ashkenazita; a sus así llamadas "cortes de conversión" les competía la decisión sobre la admisibilidad de los candidatos - con particular atención al hecho de que el convertido estuviera efectivamente listo para respetar y practicar los 613 mitzvòt, las reglas que regulan al detalle la vida del fiel judío.
En el 2004, el gobierno de Sharon constituyó comisiones conjuntas en las que, además de los representante religiosos, estaban presentes también funcionarios del Ministerio del Interior, no sólo en la esperanza de hacer más rápido el mecanismo, criticado también por la lentitud de sus decisiones, pero sobre todo para superar los contrastes en materia religiosa que habían surgido desde hace tiempo con el hebraísmo reformado y con el conservador, ambos movimientos religiosos habían surgido en el curso del Ochocientos, en el clima del modernismo religioso en Europa y en los Estados Unidos, al que pertenecen la mayoría de los judíos norte-americanos, cuyo papel es en particular determinante para asegurar el sostén de EE.UU. a la política israelí.
Desde hace tiempo en efecto se había abierto un contencioso entre los rabinatos ortodoxos y el Tribunal Supremo israelí que, consciente del aspecto político de la cuestión, se pronunció repetidamente, por ejemplo en 1989 y en el 2002, a favor de la plena legitimidad religiosa de las orientaciones del Judaísmo reformista y conservador.
Al mismo tiempo, como si el cuadro no fuera ya bastante complicado, ha ido aumentando la presión político-religiosa de los ultra-ortodoxos, los así llamados Haredim, los que, como se sabe, desarrollan un papel fundamental en la ampliación de los asentamientos hebreos en Jerusalén y en Cisjordania: ellos son representados hoy también en el gobierno de Netanyahu y justo el partido de David Rotam, Yisrael Beiteinu, está muy cercano a ellos, además de ser expresión de la inmigración rusa de la que se ha hablado.
La creciente presión del fundamentalismo religioso ha llevado en el 2008 incluso al bloque de las actividades de las "Cortes de conversión" cuando la Corte de Apelación rabínica ha anulado, con valor retroactivo, todas las conversiones actuadas por las cortes coordinadas por el rabino Druckman, aquellas es decir que obraban según el procedimiento dispuesto por Sharon en el 2004: de este modo se ha creado una increíble situación de punto muerto político-religioso, con graves implicancias para aquellas decenas de millares de potenciales nuevos judíos, sobre todo rusos, que esperan una legitimación a su ciudadanía, cuestión fundamental también sobre el plano político.
El proyecto de David Rotem busca por lo tanto salir de este atolladero, reforzando el papel del Supremo Rabinato Judío: la elección ha sido en efecto la de confiar totalmente al Rabinato la autoridad suprema sobre las cortes, incluido el poder de nombrar los jueces y de formarlas a nivel local - eliminando por lo tanto cualquier componente política del procedimiento de conversión. "Pero el presupuesto de donde parte Rotem - ha escrito el cotidiano Haaretz - es que el Jefe del Rabinato” no es completamente Haredi; comprende en efecto también rabinos sionistas religiosos y ortodoxos modernistas y son ellos los que harán las conversiones. La ley también hace más difícil la revocación de las conversiones, estableciendo que las cortes rabínicas sólo puedan hacerlo previa aprobación de los jefes rabinos. Los Haredim, por otro lado, esperan que el Jefe del Rabinato ejerza presiones sobre los rabinos a nivel local para que adopten estándares más rigurosos en la conversión."
Pero esta posición ha desencadenado una furiosa campaña por parte de los rabinos norte-americanos que han salido al descubierto también sobre el plano político, haciendo mandar a sus mismos fieles decenas de millares de correos electrónicos de protesta al primer ministro israelí.
"Por favor, uníos a mí escribiendo un email al primer ministro Netanyahu para pedirle de parar este histórico error", ha escrito por ejemplo el rabino Jeremy Kalmanofsky de la Congregación Ansche Chesed en el Upper West Side de Nueva York. ("¡El Judaísmo y el pueblo Hebreo no pertenecen exclusivamente al más reaccionario entre nosotros! ").
Así, el rabino David Schuck del Pelham Jewish Center de Westchester County, Nueva York, ha declarado que la ley de conversión "es en particular una afrenta a la diáspora hebrea y, en caso de que fuera aprobada, significaría un ceder de la mayoría de los Hebreos israelíes a una interpretación fundamentalista del Judaísmo."
David Rotam, por su parte, ha respondido enseguida sin medios términos a los jefes del hebraísmo reformado y conservador: "Tienen que controlar los hechos antes de hablar. Se están comportando como idiotas totales."
La confrontación se ha puesto pues extremadamente dura y éste es un hecho muy peligroso por una razón que Davide Hotovitz, editorialista del Jerusalem Post, ha puesto bien en evidencia en su editorial semanal: "esto a lo que estamos asistiendo es una explosiva crisis global sobre la identidad hebrea, un enorme, desastroso alud que está a punto de derribarse sobre las relaciones entre Israel y la Diáspora."
La decisión de congelar todo hasta enero se explica por lo tanto perfectamente a la luz de lo que ha declarado en una entrevista al rabino Shlomo Amar, jefe del Rabinato sefardita de Israel, según el cual Netanyahu le ha dicho que necesita que los judíos americanos estén de su parte durante las negociaciones con el presidente Obama sobre la paz con los palestinos.
Si esta es la razón inmediata, para ganar tiempo con la esperanza de un honorable compromiso, el problema de la conversión queda como un problema extremadamente serio para Israel, porque de una sola vez lleva al peine los nudos fundamentales de la actual identidad del Estado hebreo: el fin del sueño sionista, el nacimiento de un fundamentalismo religioso extremista que condiciona desde hace tiempo a la política interna e internacional, las exigencias de condicionar desde el interior al aliado americano a través de los! potentes lobbies religiosos y políticos hebreos en los! EE.UU., la extensión de los asentamientos que alargan la ocupación militar de Cisjordania, impidiendo el inicio de un serio proceso de paz.
Pero la apuesta en juego, reabriendo la cuestión del "¿Quién es hebreo?", reabre desde el interior de Israel la cuestión de la misma legitimidad del Estado hebreo. No al azar, Sharansky, nada más asumir el cargo de jefe de la comisión, frente a la difícil tarea de mediación que le espera, ha declarado justamente que "en el momento en que la legitimidad de Israel está cada vez más bajo ataque, el pueblo hebreo tiene necesidad de unidad y la legitimidad de todas las tendencias es digna de reconocimiento."
Se trata de ver qué precio tendrá que pagar el Estado hebreo a su propia identidad para salvar su misma legitimidad: un dilema de época entre política y religión que tendrá indudablemente también efecto fuera de Israel y que les recuerda a los occidentales que el fundamentalismo religioso no es una prerrogativa solamente del mundo islámico.
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