Dios en Sí mismo es un misterio, y Cristo es el misterio de este misterio. Por supuesto, para conocer cabalmente a Cristo como misterio de Dios, no basta con leer la letra de las Escrituras. Para ello es necesario que ejercitemos nuestro espíritu, ya que Cristo mora en él. No considere jamás a Cristo un simple objeto que podemos conocer mentalmente. Él es el Cristo crucificado y resucitado y, como tal, está sentado en el trono en los cielos y también mora en nuestro espíritu. Por consiguiente, es indispensable que ejercitemos nuestro espíritu para tener contacto con Él. Esto implica que debemos abrir nuestro ser desde lo más profundo e invocar Su nombre. El espíritu es la parte más recóndita de nuestro ser, es aun más profunda que el corazón y las partes del alma. Por consiguiente, ejercitar nuestro espíritu significa abrir la parte más profunda de nuestro ser a fin de invocar el nombre del Señor Jesús y tener contacto con Él, quien es esta persona viva que mora en nosotros.
Para conocerlo, no sólo se requiere que ejercitemos nuestro espíritu, sino también que nuestro corazón sea consolado, es decir, que reciba un cuidado tierno y cálido. Además, se requiere que tengamos una mente sobria, una parte emotiva regulada y una voluntad sometida. Cada parte de nuestro ser debe ser apropiada y funcionar de una manera normal. Es por eso que Pablo relaciona el hecho de que los corazones sean consolados con la necesidad de obtener el pleno conocimiento de Cristo como misterio de Dios.
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